Esa tormenta de emociones, que me aprieta el alma, un desgarrador sentimiento de impotencia, en cada lágrima derramada en silencio, en cada abatido latido.
Es una continua lucha, entre quedarse e irse, pero ella me encadena cada vez que viene, y soy consciente de que cada vez soy menos libre y más prisionera de esta costumbre, que se ha convertido en hábito.
Como una hoja, débil y marchita, que aún perdura en la rama del árbol, en un constante balanceo, sin saber cuál será su último baile, antes de desplomarse. Y ansía, que el viento la recoja, y emprender un viaje con él, envidia cada soplido, cada vendaval, cada ráfaga, por no poder ser ella, por no volar y evadirse, por no poder salir de aquí y cambiar, por tener que esperar a que ella se marche, para no saber cuándo de nuevo volverá....
Cierro los ojos, y me imagino siendo esa hoja, débil, que por fin consiguió volar, se perdió entre la nada y el viento, y huyó de su destino....
Y a veces, cuando oigo ulular el viento, sé que esa hoja era yo, y mi alma partió ese día, pero yo permanezco aquí, fiel a mi enemiga.
"Me levanté por la mañana con dolor de cabeza. Las emociones de la víspera estaban lejanas. En su lugar vino una perplejidad penosa y una tristeza que antes no había conocido. Era como si algo muriese en mí."